The Deep Conspiracy, Athens, Greece

Τρίτη 21 Απριλίου 2009

CANTO GENERAL III - ( part III )

- III -
Los conquistadores[43]

¡Ccollanan Pachacutec! ¡Ricuy
anceacunac yahuarniy richacaucuta!

TUPAC AMARU![45]

I
Vienen por las islas (1493)
Los carniceros desolaron las islas.
Guanahaní fue la primera
en esta historia de martirios.
Los hijos de la arcilla vieron rota
su sonrisa, golpeada 5
su frágil estatura de venados,
y aún en la muerte no entendían.
Fueron amarrados y heridos,
fueron quemados y abrasados,
fueron mordidos y enterrados. 10
Y cuando el tiempo dio su vuelta de vals
bailando en las palmeras,
el salón verde estaba vacío.
Sólo quedaban huesos
rígidamente colocados 15
en forma de cruz, para mayor
gloria de Dios y de los hombres.
De las gredas mayorales
y el ramaje de Sotavento
hasta las agrupadas coralinas 20
fue cortando el cuchillo de Narváez.
Aquí la cruz, aquí el rosario,
aquí la Virgen del Garrote.
La alhaja de Colón, Cuba fosfórica,
recibió el estandarte y las rodillas 25
en su arena mojada.
II
Ahora es Cuba
Y luego fue la sangre y la ceniza.
Después quedaron las palmeras solas. [46]
Cuba, mi amor, te amarraron al potro,
te cortaron la cara,
te apartaron las piernas de oro pálido, 5
te rompieron el sexo de granada,
te atravesaron con cuchillos,
te dividieron, te quemaron.
Por los valles de la dulzura
bajaron los exterminadores, 10
y en los altos mogotes la cimera
de tus hijos se perdió en la niebla,
pero allí fueron alcanzados
uno a uno hasta morir,
despedazados en el tormento 15
sin su tierra tibia de flores
que huía bajo sus plantas.
Cuba, mi amor, qué escalofrío
te sacudió de espuma a espuma,
hasta que te hiciste pureza, 20
soledad, silencio, espesura,
y los huesitos de tus hijos
se disputaron los cangrejos.
III
Llegan al mar de México (1519)
A Veracruz va el viento asesino.
En Veracruz desembarcaron los caballos.
Las barcas van apretadas de garras
y barbas rojas de Castilla.
Son Arias, Reyes, Rojas, Maldonados, 5
hijos del desamparo castellano,
conocedores del hambre en invierno
y de los piojos en los mesones.
Qué miran acodados al navío?
Cuánto de lo que viene y del perdido 10
pasado, del errante
ciento feudal en la patria azotada?
No salieron de los puertos del Sur
a poner las manos del pueblo
en el saqueo y en la muerte: 15
ellos ven verdes tierras, libertades, [47]
cadenas rotas, construcciones,
y desde el barco, las olas que se extinguen
sobre las costas de compacto misterio.
Irían a morir o a revivir detrás 20
de las palmeras, en el aire caliente
que, como un horno extraño, la total bocanada
hacia ellos dirigen las tierras quemadoras?
Eran pueblo, cabezas hirsutas de Montiel,
manos duras y rotas de Ucaña y Piedrahita, 25
brazos de herreros, ojos de niños
que miraban el sol terrible y las palmeras.
El hambre antigua de Europa, hambre como la cola
de un planeta mortal, poblaba el buque,
el hambre estaba allí, desmantelada, 30
errabunda hacha fría, madrastra
de los pueblos, el hambre echa los dados
en la navegación, sopla las velas:
«Más allá, que te como, más allá
que regresas 35
a la madre, al hermano, al Juez y al Cura,
a los inquisidores, al infierno, a la peste.
Más allá, más allá, lejos del piojo,
del látigo feudal, del calabozo,
de las galeras llenas de excremento.» 40
Y los ojos de Núñez y Bernales
clavaban en la ilimitada
luz del reposo,
una vida, otra vida,
la innumerable y castigada 45
familia de los pobres del mundo.
IV
Cortés
Cortés no tiene pueblo, es rayo frío,
corazón muerto en la armadura.
«Feraces tierras, mi Señor y Rey,
templos en que el oro, cuajado
está por manos del indio.» 5
Y avanza hundiendo puñales, golpeando
las tierras bajas, las piafantes [48]
cordilleras de los perfumes,
parando su tropa entre orquídeas
y coronaciones de pinos, 10
atropellando los jazmines,
hasta las puertas de Tlaxcala.
(Hermano aterrado, no tomes
como amigo al buitre rosado:
desde el musgo te hablo, desde 15
las raíces de nuestro reino.
Va a llover sangre mañana,
las lágrimas serán capaces
de formar nieblas, vapor, ríos,
hasta que derritas los ojos.) 20
Cortés recibe una paloma,
recibe un faisán, una cítara
de los músicos del monarca,
pero quiere la cámara del oro,
quiere otro paso, y todo cae 25
en las arcas de los voraces.
El Rey se asoma a los balcones:
«Es mi hermano», dice. Las piedras
del pueblo vuelan contestando,
y Cortés afila puñales 30
sobre los besos traicionados.
Vuelve a Tlaxcala, el viento ha traído
un sordo rumor de dolores.
V
Cholula
En Cholula los jóvenes visten
su mejor tela, oro y plumajes,
calzados para el festival
interrogan al invasor.
La muerte les ha respondido. 5
Miles de muertos allí están.
Corazones asesinados
que palpitan allí tendidos [49]
y que, en la húmeda sima que abrieron,
guardan el hilo de aquel día. 10
(Entraron matando a caballo,
cortaron la mano que daba
el homenaje de oro y flores,
cerraron la plaza, cansaron
los brazos hasta agarrotarse, 15
matando la flor del reinado,
hundiendo hasta el codo en la sangre
de mis hermanos sorprendidos.)
VI
Alvarado
Alvarado, con garras y cuchillos,
cayó sobre las chozas, arrasó
el patrimonio del orfebre,
raptó la rosa nupcial de la tribu,
agredió razas, predios, religiones, 5
fue la caja caudal de los ladrones,
el halcón clandestino de la muerte.
Hacia el gran río verde, el Papaloapan,
Río de Mariposas, fue más tarde
llevando sangre en su estandarte. 10
El grave río vio sus hijos
morir o sobrevivir esclavos,
vio arder en las hogueras junto al agua
raza y razón, cabezas juveniles.
Pero no se agotaron los dolores 15
como a su paso endurecido
hacia nuevas capitanías.
VII
Guatemala
Guatemala la dulce, cada losa
de tu mansión lleva una gota
de sangre antigua devorada
por el hocico de los tigres.
Alvarado machacó tu estirpe, 5
quebró las estelas astrales,
se revolcó en tus martirios. [50]
Y en Yucatán entró el obispo
detrás de los pálidos tigres.
Juntó la sabiduría 10
más profunda oída en el aire
del primer día del mundo,
cuando el primer maya escribió
anotando el temblor del río,
la ciencia del polen, la ira 15
de los Dioses del Envoltorio,
las migraciones a través
de los primeros universos,
las leyes de la colmena,
el secreto del ave verde, 20
el idioma de las estrellas,
secretos del día y la noche
cogidos en las orillas
del desarrollo terrenal!
VIII
Un obispo
El obispo levantó el brazo,
quemó en la plaza los libros
en nombre de su Dios pequeño
haciendo humo las viejas hojas
gastadas por el tiempo oscuro. 5
Y el humo no vuelve del cielo.
IX
La cabeza en el palo
Balboa, muerte y garra
llevaste a los rincones de la dulce
tierra central, y entre los perros
cazadores, el tuyo era tu alma:
Leoncico de belfo sangriento 5
recogió al esclavo que huía,
hundió colmillos españoles
en las gargantas palpitantes,
y de las uñas de los perros
salía la carne al martirio 10
y la alhaja caía en la bolsa. [51]
Malditos sean perro y hombre,
el aullido infame en la selva
original, el acecharte
paso del hierro y del bandido. 15
Maldita sea la espinosa
corona de la zarza agreste
que no saltó como un erizo
a defender la cuna invadida.
Pero entre los capitanea 20
sanguinarios se alzó en la sombra
la justicia de los puñales,
la acerba rama de la envidia.
Y al regreso estaba en medio
de tu camino el apellido 25
de Pedrarias como una soga.
Te juzgaron entre ladridos
de perros matadores de indios.
Ahora que mueres, oyes
el silencio puro, partido 30
por tus lebreles azuzados?
Ahora que mueres en las manos
de los torvos adelantados,
sientes el aroma dorado
del dulce reino destruido? 35
Cuando cortaron la cabeza
de Balboa, quedó ensartada
en un palo. Sus ojos muertos
descompusieron su relámpago
y descendieron por la lanza 40
en un goterón de inmundicia
que desapareció en la tierra.
X
Homenaje a Balboa
Descubridor, el ancho mar, mi espuma,
latitud de la luna, imperio del agua,
después de siglos te habla por boca mía.
Tu plenitud llegó antes de la muerte.
Elevaste hasta el ciclo la fatiga, 5 [52]
y de la dura noche de los árboles
te condujo el sudor hasta la orilla
de la suma del mar, del gran océano.
En tu mirada se hizo el matrimonio
de la luz extendida y del pequeño 10
corazón del hombre, se llenó una copa
antes no levantada, una semilla
de relámpagos llegó contigo
y un trueno torrencial llenó la tierra.
Balboa, capitán, qué diminuta 15
tu mano en la visera, misterioso
muñeco de la sal descubridora,
novio de la oceánica dulzura,
hijo del nuevo útero del mundo.
Por tus ojos entró como un galope 20
de azahares el olor oscuro
de la robada majestad marina,
cayó en tu sangre una aurora arrogante
hasta poblarte el alma, poseído!
Cuando volviste a las hurañas tierras, 25
sonámbulo del mar, capitán verde,
eras un muerto que esperaba
la tierra para recibir tus huesos.
Novio mortal, la traición cumplía.
No en balde por la historia 30
entraba el crimen pisoteando, el halcón devoraba
su nido, y se reunían las serpientes
atacándose con lenguas de oro.
Entraste en el crepúsculo frenético
y los perdidos pasos que llevabas, 35
aún empapado por las profundidades,
vestido de fulgor y desposado
por la mayor espuma, te traían
a las orillas de otro mar: la muerte. [53]
XI
Duerme un soldado
Extraviado en los límites espesos
llegó el soldado. Era total fatiga
y cayó entre las lianas y las hojas,
al pie del Gran Dios emplumado:
éste 5
estaba solo con su mundo apenas
surgido de la selva.
Miró al soldado
extraño nacido del océano.
Miró sus ojos, su barba sangrienta,
su espada, el brillo negro 10
de la armadura, el cansancio caído
como la bruma sobre esa cabeza
de niño carnicero.
Cuántas zonas
de oscuridad para que el Dios de Pluma 15
naciera y enroscara su volumen
sobre los bosques, en la piedra rosada,
cuánto desorden de aguas locas
y de noche salvaje, el desbordado
cauce de la luz sin nacer, el fermento rabioso 20
de las vidas, la destrucción, la harina
de la fertilidad y luego el orden,
el orden de la planta y de la secta,
la elevación de las rocas cortadas,
el humo de las lámparas rituales, 25
la firmeza del suelo para el hombre,
el establecimiento de las tribus,
el tribunal de los dioses terrestres.
Palpitó cada escama de la piedra,
sintió el pavor caído 30
como una invasión de insectos,
recogió todo su poderío,
hizo llegar la lluvia a las raíces,
habló con las corrientes de la tierra,
oscuro en su vestido 35
de piedra cósmica inmovilizada,
y no pudo mover garras ni dientes,
ni ríos, ni temblores,
ni meteoros que silbaran
en la bóveda del reinado, 40
y quedó allí, piedra inmóvil, silencio,
mientras Beltrán de Córdoba dormía. [54]
XII
Ximénez de Quesada (1536)
Ya van, ya van, ya llegan,
corazón mío, mira las naves,
las naves por el Magdalena,
las naves de Gonzalo Jiménez
ya llegan, ya llegan las naves, 5
detenlas río, cierra
tus márgenes devoradoras,
sumérgelos en tu latido,
arrebátales la codicia,
échales tu trompa de fuego, 10
tus vertebrados sanguinarios,
tus anguilas comedoras de ojos,
atraviesa el caimán espeso
con sus dientes color de légamo
y su primordial armadura, 15
extiéndelo como un puente
sobre tus aguas arenosas,
dispara el fuego del jaguar
desde tus árboles, nacidos
de tus semillas, río madre, 20
arrójales moscas de sangre,
ciégalos con estiércol negro,
húndelos en tu hemisferio,
sujétalos entre las raíces
en la oscuridad de tu cama, 25
y púdreles toda la sangre
devorándoles los pulmones
y los labios con tus cangrejos.
Ya entraron en la floresta:
ya roban, ya muerden, ya matan. 30
¡Oh Colombia! Defiende el celo
de tu secreta selva roja.
Ya levantaron el cuchillo
sobre el oratorio de Iraka,
ahora agarran al zipa, 35
ahora lo amarran. «Entrega
las alhajas del dios antiguo
las alhajas que florecían
y brillaban con el rocío
de la mañana de Colombia. 40 [55]
Ahora atormentan al príncipe.
Lo han degollado, su cabeza
me mira con ojos que nadie
puede cerrar, ojos amados
de mi patria verde y desnuda. 45
Ahora queman la casa solemne,
ahora siguen los caballos,
los tormentos, las espadas,
ahora quedan unas brasas
y entre las cenizas los ojos 50
del príncipe que no se han cerrado.
XIII
Cita de cuervos
En Panamá se unieron los demonios.
Allí fue el pacto de los hurones.
Una bujía apenas alumbraba,
cuando los tres llegaron uno a uno.
Primero llegó Almagro antiguo y tuerto, 5
Pizarro, el mayoral porcino
y el fraile Luque, canónigo entendido
en tinieblas. Cada uno
escondía el puñal para la espalda
del asociado, cada uno 10
con mugrienta mirada en las oscuras
paredes adivinaba sangre,
y el oro del lejano imperio los atraía
como la luna a las piedras malditas.
Cuando pactaron, Luque levantó 15
la hostia en la eucaristía,
los tres ladrones amasaron
la oblea con torva sonrisa.
«Dios ha sido dividido, hermanos,
entre nosotros», sostuvo el canónigo, 20
y los carniceros de dientes
morados dijeron «Amén.»
Golpearon la mesa escupiendo.
Como no sabían de letras
llenaron de cruces la mesa, 25
el papel, los bancos, los muros.
El Perú oscuro, sumergido,
estaba señalado y las cruces,
pequeñas, negras, negras cruces [56]
al Sur salieron navegando: 30
cruces para las agonías,
cruces peludas y filudas,
cruces con ganchos de reptil,
cruces salpicadas de pústulas,
cruces como piernas de araña, 35
sombrías cruces cazadoras.
XIV
Las agonías
En Cajamarca empezó la agonía.
El joven Atahualpa, estambre azul,
árbol insigne, escuchó al viento
traer rumor de acero.
Era un confuso 5
brillo y temblor desde la costa,
un galope increíble
-piafar y poderíode
hierro y hierro entre la hierba.
Llegaron los adelantados. 10
El Inca salió de la música
rodeado por los señores.
Las visitas
de otro planeta, sudadas y barbudas,
iban a hacer la reverencia. 15
El capellán
Valverde, corazón traidor, chacal podrido,
adelanta un extraño objeto, un trozo
de cesto, un fruto
tal vez de aquel planeta 20
de donde vienen los caballos.
Atahualpa lo toma. No conoce
de qué se trata: no brilla, no suena,
y lo deja caer sonriendo.
«Muerte, 25
venganza, matad, que os absuelvo»,
grita el chacal de la cruz asesina.
El trueno acude hacia los bandoleros. [57]
Nuestra sangre en su cuna es derramada.
Los príncipes rodean como un coro 30
al Inca, en la hora agonizante.
Diez mil peruanos caen
bajo cruces y espadas, la sangre
moja las vestiduras de Atahualpa.
Pizarro, el cerdo cruel de Extremadura 35
hace amarrar los delicados brazos
del Inca. La noche ha descendido
sobre el Perú como una brasa negra.
XV
La línea colorada
Más tarde levantó la fatigada
mano el monarca, y más arriba
de las frentes de los bandidos,
tocó los muros.
Allí trazaron
la línea colorada.
Tres cámaras 5
había que llenar de oro y de plata,
hasta esa línea de su sangre.
Rodó la rueda de oro, noche y noche.
La rueda del martirio día y noche.
Arañaron la tierra, descolgaron 10
alhajas hechas con amor y espuma,
arrancaron la ajorca de la novia,
desampararon a sus dioses.
El labrador entregó su medalla,
el pescador su gota de oro, 15
y las rejas temblaron respondiendo
mientras mensaje y voz por las alturas
iba la rueda del oro rodando.
Entonces tigre y tigre se reunieron
y repartieron la sangre y las lágrimas. 20
Atahualpa esperaba levemente
triste en el escarpado día andino.
No se abrieron las puertas. Hasta la última
joya los buitres dividieron:
las turquesas rituales, salpicadas 25 [58]
por la carnicería, el vestido
laminado de plata: las uñas bandoleras
iban midiendo y la carcajada
del fraile entre los verdugos
escuchaba el Rey con tristeza. 30
Era su corazón un vaso lleno
de una congoja amarga como
la esencia amarga de la quina.
Pensó en sus límites, en el alto Cuzco,
en las princesas, en su edad, 35
en el escalofrío de su reino.
Maduro estaba por dentro, su paz
desesperada era tristeza. Pensó en Huáscar.
Vendrían de él los extranjeros?
Todo era enigma, todo era cuchillo, 40
todo era soledad, sólo la línea roja
viviente palpitaba,
tragando las entrañas amarillas
del reino enmudecido que moría.
Entró Valverde con la Muerte entonces. 45
«Te llamarás Juan», le dijo
mientras preparaban la hoguera.
Gravemente respondió: «Juan,
Juan me llamo para morir»,
sin comprender ya ni la muerte. 50
Le ataron el cuello y un garfio
entró en el alma del Perú.
XVI
Elegía
Solo, en las soledades
quiero llorar como los ríos, quiero
oscurecer, dormir
como tu antigua noche mineral.
Por qué llegaron las llaves radiantes 5
hasta las manos del bandido? Levántate
materna Oello, descansa tu secreto
en la fatiga larga de esta noche
y echa en mis venas tu consejo. [59]
Aún no te pido el sol de los Yupanquis. 10
Te hablo dormido, llamando
de tierra a tierra, madre
peruana, matriz cordillera.
Cómo entró en tu arenal recinto
la avalancha de los puñales? 15
Inmóvil en tus manos,
siento extenderse los metales
en los canales del subsuelo.
Estoy hecho de tus raíces,
pero no entiendo, no me entrega 20
la tierra su sabiduría,
no veo sino noche y noche
bajo las tierras estrelladas.
Qué sueño sin sentido, de serpiente,
se arrastró hasta la línea colorada? 25
Ojos del duelo, planta tenebrosa.
Cómo llegaste a este viento vinagre,
cómo entre los peñascos de la ira
no levantó Capac su tiara
de arcilla deslumbrante? 30
Dejadme bajo los pabellones
padecer y hundirme como
la raíz muerta que no dará esplendor.
Bajo la dura noche dura
bajaré por la tierra hasta llegar 35
a la boca del oro.
Quiero extenderme en la piedra nocturna.
Quiero llegar allí con la desdicha.
XVII
Las guerras
Más tarde al Reloj de granito
llegó una llama incendiaria.
Almagros y Pizarros y Valverdes,
Castillos y Urías y Beltranes
se apuñaleaban repartiéndose 5
las traiciones adquiridas,
se robaban la mujer y el oro, [60]
disputaban la dinastía.
Se ahorcaban en los corrales,
se desgranaban en la plaza, 10
se colgaban en los Cabildos.
Caía el árbol del saqueo
entre estocadas y gangrena.
De aquel galope de Pizarros
en los linares territorios 15
nació un silencio estupefacto.
Todo estaba lleno de muerte
y sobre la agonía arrasada
de sus hijos desventurados,
en el territorio (roído 20
hasta los huesos por las ratas),
se sujetaban las entrañas
antes de matar y matarse.
Matarifes de cólera y horca,
centauros caídos al lodo 25
de la codicia, ídolos
quebrados por la luz del oro,
exterminasteis vuestra propia
estirpe de uñas sanguinarias
y junto a las rocas murales 30
del alto Cuzco coronado,
frente al sol de espigas más altas,
representasteis en el polvo
dorado del Inca, el teatro
de los infiernos imperiales: 35
la Rapiña de hocico verde,
la Lujuria aceitada en sangre,
la Codicia con uñas de oro,
la Traición, aviesa dentadura,
la Cruz como un reptil rapaz, 40
la Horca en un fondo de nieve,
y la Muerte fina como el aire
inmóvil en su armadura. [61]
XVIII
Descubridores de Chile
Del norte trajo Almagro su arrugada centella.
Y sobre el territorio, entre explosión y ocaso,
se inclinó día y noche como sobre una carta.
Sombra de espinas, sombra de cardo y cera,
el español reunido con su seca figura, 5
mirando las sombrías estrategias del suelo.
Noche, nieve y arena hacen la forma
de mi delgada patria.
Todo el silencio está en su larga línea,
toda la espuma sale de su barba marina, 10
todo el carbón la llena de misteriosos besos.
Como una brasa de oro arde en sus dedos
y la plata ilumina como una luna verde
su endurecida forma de tétrico planeta.
El español sentado junto a la rosa un día, 15
junto al aceite, junto al vino, junto al antiguo cielo
no imaginó este punto de colérica piedra
nacer bajo el estiércol del águila marina.
XIX
La tierra combatiente
Primero resistió la tierra.
La nieve araucana quemó
como una hoguera de blancura
el paso de los invasores.
Caían de frío los dedos, 5
las manos, los pies de Almagro
y las garras que devoraron
y sepultaron monarquías
eran en la nieve un punto
de carne helada, eran silencio. 10
Fue en el mar de las cordilleras.
El aire chileno azotaba
marcando estrellas, derribando
codicias y caballerías.
Luego el hambre caminó detrás 15
de Almagro como una invisible [62]
mandíbula que golpeaba.
Los caballos eran comidos
en aquella fiesta glacial.
Y la muerte del Sur desgranó 20
el galope de los Almagros,
hasta que volvió su caballo
hacia el Perú donde esperaba
al descubridor rechazado,
la muerte del Norte, sentada 25
en el camino, con un hacha.
XX
Se unen la tierra y el hombre
Araucanía, ramo de robles torrenciales,
oh Patria despiadada, amada oscura,
solitaria en tu reino lluvioso:
eras sólo gargantas minerales,
manos de frío, puños 5
acostumbrados a cortar peñascos,
eras, Patria, la paz de la dureza
y tus hombres eran rumor,
áspera aparición, viento bravío.
No tuvieron mis padres araucanos 10
cimeras de plumaje luminoso,
no descansaron en flores nupciales,
no hilaron oro para el sacerdote:
eran piedra y árbol, raíces
de los breñales sacudidos, 15
hojas con forma de lanza,
cabezas de metal guerrero.
Padres, apenas levantasteis
el oído al galope, apenas en la cima
de los montes, cruzó el rayo
de Araucanía. 20
Se hicieron sombra los padres de piedra,
se anudaron al bosque, a las tinieblas
naturales, se hicieron luz de hielo,
asperezas de tierras y de espinas,
y así esperaron en las profundidades 25
de la soledad indomable:
uno era un árbol rojo que miraba,
otro un fragmento de metal que oía,
otro una ráfaga de viento y taladro, [63]
otro tenía el color del sendero. 30
Patria, nave de nieve,
follaje endurecido:
allí naciste, cuando el hombre tuyo
pidió a la tierra su estandarte,
y cuando tierra y aire y piedra y lluvia, 35
hoja, raíz, perfume, aullido,
cubrieron como un manto al hijo,
lo amaron o lo defendieron.
Así nació la patria unánime:
la unidad antes del combate. 40
XXI
Valdivia (1544)
Pero volvieron.
(Pedro se llamaba.)
Valdivia, el capitán intruso,
cortó mi tierra con la espada
entre ladrones: «Esto es tuyo, 5
esto es tuyo Valdés, Montero,
esto es tuyo Inés, este sitio
es el cabildo.»
Dividieron mi patria
como si fuera un asno muerto. 10
«Llévate
este trozo de luna y arboleda,
devórate este río con crepúsculo»,
mientras la gran cordillera
elevaba bronce y blancura. 15
Asomó Arauco. Adobes, torres,
calles, el silencioso
dueño de casa levantó sonriendo.
Trabajó con las manos empapadas
por su agua y su barro, trajo 20
la greda y vertió el agua andina:
pero no pudo ser esclavo.
Entonces Valdivia, el verdugo,
atacó a fuego y a muerte.
Así empezó la sangre, 25
la sangre de tres siglos, la sangre océano,
la sangre atmósfera que cubrió mi tierra
y el tiempo inmenso, como ninguna guerra.
Salió el buitre iracundo
de la armadura enlutada 30 [64]
y mordió al promauca, rompió
el pacto escrito en el silencio
de Huelén, en el aire andino.
Arauco comenzó a hervir su plato
de sangre y piedras.
Siete príncipes 35
vinieron a parlamentar.
Fueron encerrados.
Frente a los ojos de la Araucanía,
cortaron las cabezas cacicales.
Se daban ánimo los verdugos. Toda
empapada de vísceras, aullando, 40
Inés de Suárez, la soldadera,
sujetaba los cuellos imperiales
con sus rodillas de infernal harpía.
Y las tiró sobre la empalizada,
bañándose de sangre noble, 45
cubriéndose de barro escarlata.
Así creyeron dominar Arauco.
Pero aquí la unidad sombría
de árbol y piedra, lanza y rostro,
trasmitió el crimen en el viento. 50
Lo supo el árbol fronterizo,
el pescador, el rey, el mago,
lo supo el labrador antártico,
lo supieron las aguas madres
del Bío-Bío.
Así nació la guerra patria. 55
Valdivia entró la lanza goteante
en las entrañas pedregosas
de Arauco, hundió la mano
en el latido, apretó los dedos
sobre el corazón araucano, 60
derramó las venas silvestres
de los labriegos,
exterminó
el amanecer pastoril,
mandó martirio
al reino del bosque, incendió
la casa del dueño del bosque, 65
cortó las manos del cacique,
devolvió a los prisioneros
con narices y orejas cortadas,
empaló al Toqui, asesinó
a la muchacha guerrillera 70
y con su guante ensangrentado [65]
marcó las piedras de la patria,
dejándola llena de muertos,
y soledad y cicatrices.
XXII
Ercilla
Piedras de Arauco y desatadas rosas
fluviales, territorios de raíces,
se encuentran con el hombre que ha llegado de España.
Invaden su armadura con gigantesco liquen.
Atropellan su espada las sombras del helecho. 5
La yedra original pone manos azules
en el recién llegado silencio del planeta.
Hombre, Ercilla sonoro, oigo el pulso del agua
de tu primer amanecer, un frenesí de pájaros
y un trueno en el follaje. 10
Deja, deja tu huella
de águila rubia, destroza
tu mejilla contra el maíz salvaje,
todo será en la tierra devorado.
Sonoro, sólo tú no beberás la copa 15
de sangre, sonoro, sólo al rápido
fulgor de ti nacido
llegará la secreta boca del tiempo en vano
para decirte: en vano.
En vano, en vano 20
sangre por los ramajes de cristal salpicado,
en vano por las noches del puma
el desafiante paso del soldado,
las órdenes,
los pasos 25
del herido.
Todo vuelve al silencio coronado de plumas
en donde un rey remoto devora enredaderas.
XXIII
Se entierran las lanzas
Así quedó repartido el patrimonio.
La sangre dividió la patria entera.
(Contaré en otras líneas
la lucha de mi pueblo.) [66]
Pero cortada fue la tierra 5
por los invasores cuchillos.
Después vinieron a poblar la herencia
usureros de Euzkadi, nietos
de Loyola. Desde la cordillera
hasta el océano 10
dividieron con árboles y cuerpos,
la sombra recostada del planeta.
Las encomiendas sobre la tierra
sacudida, herida, incendiada,
el reparto de selva y agua 15
en los bolsillos, los Errázuriz
que llegan con su escudo de armas:
un látigo y una alpargata.
XXIV
El corazón magallánico (1519)
De dónde soy, me pregunte a veces, de dónde diablos
vengo, qué día es hoy, qué pasa,
ronco, en medio del sueño, del árbol, de la noche,
y una ola se levanta como un párpado, un día
nace de ella, un relámpago con hocico de tigre. 5
Despierto de pronto en la noche pensando en el extremo sur
Viene el día y me dice: «Oyes
el agua lenta, el agua,
el agua,
sobre la Patagonia?»
Y yo contesto: «Sí, señor, escucho.» 5
Viene el día y me dice: «Una oveja salvaje
lejos, en la región, lame el color helado
de una piedra. No escuchas el balido, no reconoces
el vendaval azul en cuyas manos
la luna es una copa, no ves la tropa, el dedo 10
rencoroso del viento
tocar la ola y la vida con su anillo vacío?»
Recuerdo la soledad del estrecho
La larga noche, el pino, vienen adonde voy.
Y se trastorna el ácido sordo, la fatiga,
la tapa del tonel, cuanto tengo en la vida.
Una gota de nieve llora y llora en mi puerta
mostrando su vestido claro y desvencijado 5
de pequeño cometa que me busca y solloza. [67]
Nadie mira la ráfaga, la extensión, el aullido
del aire en las praderas.
Me acerco y digo: vamos. Toco el Sur, desemboco
en la arena, veo la planta seca y negra, todo raíz y roca, 10
las islas arañadas por el agua y el cielo,
el Río del Hambre, el Corazón de Ceniza,
el Patio del Mar lúgubre, y donde silba
la solitaria serpiente, donde cava
el último zorro herido y esconde su tesoro sangriento 15
encuentro la tempestad y su voz de ruptura,
su voz de viejo libro, su boca de cien labios,
algo me dice, algo que el aire devora cada día.
Los descubridores aparecen y de ellos no queda nada
Recuerda el agua cuanto le sucedió al navío.
La dura tierra extraña guarda sus calaveras
que suenan en el pánico austral como cornetas
y ojos de hombre y de buey dan al día su hueco,
su anillo, su sonido de implacable estelaje. 5
El viejo cielo busca la vela,
nadie
ya sobrevive: el buque destruido
vive con la ceniza del marinero amargo,
y de los puestos de oro, de las casas de cuero
del trigo pestilente, y de 10
la llama fría de las navegaciones
(cuánto golpe en la noche [roca y bajel] al fondo)
sólo queda el dominio quemado y sin cadáveres,
la incesante intemperie apenas rota
por un negro fragmento 15
de fuego fallecido.
Sólo se impone la desolación
Esfera que destroza lentamente la noche, el agua, el hielo,
extensión combatida por el tiempo y el término,
con su marca violeta, con el final azul
del arco iris salvaje
se sumergen los pies de mi patria en tu sombra 5
y aúlla y agoniza la rosa triturada.
Recuerdo al viejo descubridor
Con él, con el antiguo, con el muerto.
Por el canal navega nuevamente
el cereal helado, la barba del combate,
el Otoño glacial, el transitorio herido
con el destituido por el agua rabiosa, 5
con él, en su tormenta, con su frente. [68]
Aún lo sigue el albatros y la soga de cuero
comida, con los ojos fuera de la mirada,
y el ratón devorado ciegamente mirando
entre los palos rotos el esplendor iracundo, 10
mientras en el vacío la sortija y el hueso
caen, resbalan sobre la vaca marina.
Magallanes
Cuál es el dios que pasa? Mirad su barba llena de gusanos
y sus calzones en que la espesa atmósfera
se pega y muerde como un perro náufrago:
y tiene peso de ancla maldita su estatura,
y silba el piélago y el aquilón acude 5
hasta sus pies mojados.
Caracol de la oscura
sombra del tiempo,
espuela
carcomida, viejo señor de luto litoral, aguilero
sin estirpe, manchado manantial, el estiércol
del Estrecho te manda, 10
y no tiene de cruz tu pecho sino un grito
del mar, un grito blanco, de luz marina,
y de tenaza, de tumbo en tumbo, de aguijón demolido.
Llega al Pacífico
Porque el siniestro día del mar termina un día,
y la mano nocturna corta uno a uno sus dedos
hasta no ser, hasta que el hombre nace
y el capitán descubre dentro de sí el acero
y la América sube su burbuja 5
y la costa levanta su pálido arrecife
sucio de aurora, turbio de nacimiento
hasta que de la nave sale un grito y se ahoga
y otro grito y el alba que nace de la espuma.
Todos han muerto
Hermanos de agua y piojo, de planeta carnívoro:
visteis, al fin, el árbol del mástil agachado
por la tormenta? Visteis la piedra machacada
bajo la loca nieve brusca de la ráfaga?
Al fin, ya tenéis vuestro paraíso perdido, 5
al fin, tenéis vuestra guarnición maldiciente,
al fin, vuestros fantasmas atravesados del aire
besan sobre la arena la huella de la foca.
Al fin, a vuestros dedos sin sortija
llega el pequeño sol del páramo, el día muerto, 10
temblando, en su hospital de olas y piedras. [69]
XXXV
A pesar de la ira
Roídos yelmos, herraduras muertas.
Pero a través del fuego y la herradura
como de un manantial iluminado
por la sangre sombría,
con el metal hundido en el tormento 5
se derramó una luz sobre la tierra:
número, nombre, línea y estructura.
Páginas de agua, claro poderío
de idiomas rumorosos, dulces gotas
elaboradas como los racimos, 10
sílabas de platino en la ternura
de unos aljofarados pechos puros,
y una clásica boca de diamantes
dio su fulgor nevado al territorio.
Allá lejos la estatua deponía 15
su mármol muerto,
y en la primavera
del mundo, amaneció la maquinaria.
La técnica elevaba su dominio
y el tiempo fue velocidad y ráfaga
en la bandera de los mercaderes. 20
Luna de geografía
que descubrió la planta y el planeta
extendiendo geométrica hermosura
en su desarrollado movimiento.
Asia entregó su virginal aroma. 25
La inteligencia con un hilo helado
fue detrás de la sangre hilando el día.
El papel repartió la miel desnuda
guardada en las tinieblas.
Un vuelo 30
de palomar salió de la pintura
con arrebol y azul ultramarino. [70]
Y las lenguas del hombre se juntaron
en la primera ira, antes del canto.
Así, con el sangriento 35
titán de piedra,
halcón encarnizado,
no sólo llegó sangre sino trigo.
La luz vino a pesar de los puñales!

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